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Vivir sin patria es lo mismo que vivir sin honor

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Pocas veces se había hecho un ejercicio reflexivo tan extendido y un debate tan abarcador sobre la independencia dominicana, en tiempos de paz, como el que ha generado la aplicación de la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional sobre la nacionalidad.

El tema de la independencia, antes de este fallo, era simplemente referencial, y se invocaba en ocasión de algunas efemérides, como la que celebramos hoy, para dar cuenta de los enormes riesgos y sacrificios que han superado los dominicanos para vivir en una nación civilizada, con capacidad real para la autodeterminación de su destino.

Pero ahora ha sido distinto, pues el país ha sentido el desborde de las presiones que ejercen grupos y naciones e instituciones internacionales para hacerle variar los alcances de la sentencia, ignorando adrede que la misma no es más que una ratificación de principios constitucionales vigentes y reforzados durante 85 años, con un mandato nuevo que, lejos de perjudicar a los indocumentados extranjeros, les abre la vía para legalizar su estatus residencial o adquirir la nacionalidad.

El debate ha servido para calibrar hasta dónde es relevante conservar la condición de país que decide, según el interés nacional, organizar sus instituciones, que es una virtud de su carácter independiente aunque subordinado, en términos del bien común y de la paz y el progreso de la humanidad, por normas supranacionales, y que fue razón poderosa en la lucha que libraron Duarte y los Trinitarios, hace 170 años, para deshacernos del yugo haitiano.

Si bien es cierto que el trabucazo del 27 de febrero de 1844 no garantizó, automáticamente, la existencia de una independencia perdurable, los hechos históricos posteriores han demostrado que el pueblo dominicano quiere y prefiere vivir y sostener el marco republicano que nos legaron nuestros fundadores, y no someterse a la humillación de intervenciones extranjeras, al coloniaje o al arbitraje o fideicomiso internacional que impera hoy en otros países por razones de fuerza mayor.

Por eso la reacción mayoritaria a las presiones internacionales y, concretamente, a la de Haití y sus defensores locales, ha resultado en la más auténtica confirmación de que la independencia sigue siendo para nosotros el elemento que oxigena nuestra condición nacional, que impregna nuestras aspiraciones de libertad y nos elevan el orgullo ciudadano.

No es, por tanto, una palabra para nombrar o evocar episodios gloriosos de nuestra historia, sino la razón de nuestra propia existencia. Y por eso jamás podemos permitir que otros la quieran robar, la quieran apabullar o la quieran anular o manipular porque, como decía Duarte “vivir sin Patria es lo mismo que vivir sin honor”.


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